El doctor ingresa a la habitación donde reposa una paciente
de 60 años que sufrió un accidente cerebro vascular (ACV) en el hemisferio
derecho. No ha caminado en toda la semana.
Doctor: Nora, ¿cómo estás hoy?
Paciente: Bien, señor, excepto por la comida del hospital.
Es terrible.
D: Bueno, vamos a revisarte. ¿Puedes caminar?
P: Sí.
D: Nora, ¿puedes usar tus manos? ¿Puedes moverlas?
P: Sí.
D: ¿Ambas manos?
P: Sí.
D: ¿Puedes mover tu mano izquierda?
P: Sí, por supuesto.
D: Toca mi nariz con tu mano izquierda.
La mano de Nora
permanece inmóvil.
D: ¿Estás tocando mi nariz?
P: Sí.
D: ¿Puedes ver tu mano tocando mi nariz?
P: Sí, ya está casi tocando su nariz.
El doctor sujeta el
brazo izquierdo inherte de la paciente, lo levanta frente a su rostro y
pregunta:
D: ¿De quién es esta mano, Nora?
P: Es la mano de mi madre, doctor.
D: ¿Dónde está tu madre?
La paciente se muestra
intrigada y mira a sus alrededores.
P: Se está escondiendo bajo la mesa.
D: Nora, ¿dijiste que podías mover tu mano izquierda?
P: Sí.
D: Enséñame. Toca tu nariz con tu mano izquierda.
La paciente tomó su
brazo izquierdo con el derecho y acercó su mano flácida hacia su rostro.
Quizá a estas alturas de tu vida ya te hayas percatado por experiencia propia de que el autoengaño existe, es difícil de detectar y al parecer es inevitable, pero asumiendo que no está mintiendo y realmente cree en lo que está diciendo ¿qué le pasa a Nora y por qué lo está llevando a tales extremos?
Quizá a estas alturas de tu vida ya te hayas percatado por experiencia propia de que el autoengaño existe, es difícil de detectar y al parecer es inevitable, pero asumiendo que no está mintiendo y realmente cree en lo que está diciendo ¿qué le pasa a Nora y por qué lo está llevando a tales extremos?
La paciente, descrita por el doctor Vilayanur S.
Ramachandran (2011), presenta lo que se conoce como anosognosia, cuya
etimología se traduce a “desconocimiento de la enfermedad”. Todas las personas
clínicamente “normales” se involucran de alguna u otra manera en negaciones y
racionalizaciones menores para sobrellevar el estrés de la vida cotidiana. La
información que llega a través de los sentidos normalmente se contrasta y
combina con recuerdos preexistentes para crear y reforzar un sistema de
creencias sobre uno mismo y el mundo.
Dicho sistema de creencias se construye principalmente por
circuitos en el hemisferio izquierdo. Si aparece algún fragmento de información
anómala que no se ajusta al panorama general del sistema de creencias, el
hemisferio izquierdo procederá a atenuar las discrepancias y anomalías para
preservar la coherencia de la historia que el individuo haya elaborado sobre sí
mismo y la realidad.
Tal es la tendencia de la mente a la confabulación que a
veces incluso fabrica información para preservar su armonía y panorama general.
Otra forma de llamar a este proceso es “reducción de la disonancia cognitiva” y
su función evolutiva es la de estabilizar el comportamiento e imponer un
sentido de coherencia narrativa a la experiencia. Sin embargo, este mecanismo
por sí solo no es suficiente. Si las confabulaciones no son restringidas por
otro sistema regulatorio presente en circuitos del hemisferio derecho (dañado
en el caso de Nora), éstas escalarían a niveles delusivos. Regiones del
hemisferio derecho cumplen la función de “abogado del Diablo”, que al dejar de trabajar
(por ejemplo por hemiplejia o lesión) permiten que los circuitos confabulatorios
en el hemisferio izquierdo entren en un bucle de negaciones y racionalizaciones
sin coherencia interna.
Incluso algunos de los pacientes que han sufrido un ACV se
imaginan que el hospital es su casa y que ellos mismos han escogido la
decoración (Swaab, 2014). Swaab nos describe un caso similar al de Nora en el
que cuando se le preguntaba a una paciente si podía mover el brazo izquierdo, contestaba:
"Sí, puedo moverlo, pero es mejor que descanse". Y cuando se le pedía
que diese unos pasos, confabulaba: "Claro que puedo, pero el médico me ha
dicho que es mejor que guarde reposo".
Los experimentos realizados por Roger Sperry (1961) con pacientes con los hemisferios cerebrales desconectados (el cuerpo calloso fue cortado para interrumpir la ruta de corrientes epileptiformes) proporcionaron ejemplos muy claros de cómo es que las personas inventamos razones sobre la marcha para lo que hacemos sin darnos cuenta. Los sujetos podían describir verbalmente las imágenes que durante el experimento les llegaban sólo al hemisferio izquierdo, puesto que la capacidad del lenguaje (casi siempre) también se asocia a esa región.
Pero cuando a través de un texto el hemisferio derecho recibía la orden de que el paciente se levantara y se fuese, éste lo hacía, sin embargo cuando se le preguntaba por qué lo había hecho, él no respondía: "Usted me lo pidió", puesto que esa información no podía llegar al hemisferio izquierdo responsable del habla. De modo que a falta de información, el hemisferio izquierdo hacía lo suyo y confabulaba: "Voy a coger un chocolate".
Al respecto Swaab (2014) explica que este tipo de
confabulaciones son una manifestación verbal de un principio general más
profundo: “Cuando el cerebro no recibe la información normal, él mismo se la
fabrica para llenar esas lagunas. Cuando un cerebro dañado no recibe la
información normal, se inventa historias”. La mente llena diariamente
las lagunas en nuestra conciencia incluso cuando el cerebro está intacto. Tenemos
la experiencia vívida de que las cosas suceden tal como nosotros las recordamos,
pero nuestra mente reconstruye una historia a partir de fragmentos de
información.
Loftus y colaboradores (2002) demostraron que es posible
crear falsos recuerdos en las personas a partir de estimular el uso de la
imaginación. Los participantes fueron citados en diversas oportunidades y se
les pidió que realicen una serie de actividades y que imaginen realizar otras
relativamente similares. Luego de transcurridos varios días, se le pidió a los
sujetos enlistar cuáles fueron las actividades realizadas y descubrieron que
estaban adivinando. No podían diferenciar lo realizado de lo
imaginado. La memoria humana no se almacena intacta como en una computadora,
sino que se reconstruye cada vez que la queremos evocar y la imagen construida
varía según el estado de ánimo e información disponible del momento. Ésta no es
exacta ni inalterable: a veces la mente combina eventos o los inventa. Para
entender por qué ocurre esto, es importante comprender cómo es que el cerebro
fabrica nuestras experiencias.
Pese a que el Self sea más una sensación que una realidad
tangible y no exista un homúnculo unificado y monolítico (más sobre eso aquí)
la mente fabrica la sensación de unidad a partir de combinar - o superponer si
se quiere - pequeños detalles individuales que son detectados por distintos
receptores y son procesados en áreas cerebrales diferentes antes de intersectar
en lo que se experimenta como una sensación per
se (o quale). Aunque este análisis puede aplicarse a cualquiera de los
sentidos, describamos parte del circuito cerebral encargado del sentido de la
vista para ilustrar lo mencionado:
Cuando los ojos reciben un input, la señal se bifurca
inicialmente en dos rutas: la primera, evolutivamente más antigua, va
directamente al tronco encefálico y pasa al lóbulo parietal superior, en donde
se construye una representación del ambiente en términos de obstáculos y
detección de movimiento y la segunda, más reciente, pasa por el quiasma óptico
y el tálamo para llegar al lóbulo occipital, donde la corteza visual genera la
imagen percibida. Desde ahí la señal se ramifica hacia el lóbulo parietal superior
para integrar la imagen percibida con la imagen corporal (y tener así una
noción tridimensional de dónde nos encontramos en relación a los otros objetos)
y hacia el giro fusiforme donde se reconoce qué objeto o rostro se está
observando y pasa a la amígdala que le asignará valor emocional al estímulo.
Lesiones en distintas partes de este circuito desembocan en distintas
alteraciones en la conciencia.
Por ejemplo, si el giro fusiforme se desconecta de la
amígdala, la persona puede reconocer racionalmente un rostro, pero al no poder
atribuirle significado emocional tendrá la delusión de que su interlocutor es un impostor y al no poder explicarlo, confabulará cualquier razón por
la que “lo sabe” (ver delusión de Capgras). Si, por el contrario, la conexión
entre el giro fusiforme y la amígdala está reforzada en exceso (por ejemplo por
descargas epilépticas), la persona tendrá la certeza irrefutable de que diferentes individuos son de hecho la misma
persona disfrazada (ver Síndrome de Fregoli). Si la ruta evolutivamente más
reciente está bloqueada y el input sólo ingresa por la más antigua, la persona
estará ciega, pero como partes del cerebro aún están recibiendo input visual
(los ojos están intactos) éste no se adaptará a una ceguera sino a una falta de datos, por lo que se inventará detalles
sobre lo que supuestamente está viendo. Incluso si se le señala a la persona que lo que
describe no corresponde con lo que hay en el ambiente, continuará con la elaboración y dirá
algo como “es que no tengo mis anteojos” (ver Síndrome de Anton Babinski).
En otras palabras: la sensación percibida es una
construcción del cerebro a partir de estímulos físicos de entrada provenientes
de receptores especializados repartidos en todo el cuerpo. Cada receptor es una
neurona con la propiedad de emitir una descarga eléctrica al ser estimulada por
el fenómeno físico al que esté adaptada.
Fotorreceptores: neuronas que se activan al entrar en contacto con la luz. |
Siguiendo con el ejemplo de la vista, los conos y bastones
son fotorreceptores que se activan con ciertas longitudes de onda de luz y que
se manifiestan en la experiencia de primera persona como colores. Cada color
percibido es la representación que el cerebro tiene para una determinada
longitud de onda. Existen, además, longitudes de onda mayores a 700 nanómetros
(Nm) y menores a 400 Nm para las que no tenemos receptores (y por ende tampoco
representación experiencial) a las que hemos llamado luz infrarroja y
ultravioleta.
Asimismo, en todos los órganos del cuerpo salvo el cerebro,
tenemos receptores llamados nociceptores que se activan cuando perciben alguna
forma de aceleración entrópica en los tejidos y se presenta en la experiencia de
primera persona como dolor.
Por poner otro ejemplo, cada papila gustativa contiene
distintas neuronas especializadas en activarse al entrar en contacto con
moléculas compatibles con sus receptores de membrana. Del mismo modo en que los
colores son representaciones de distintas longitudes de ondas, el cerebro tiene
cinco representaciones experienciales para los estímulos químicos que llamamos
dulce, ácido, salado, umami y amargo. Si, por ejemplo, modificásemos un
quimiorreceptor especializado en el dulce para activarse al entrar en contacto
con sal, tendríamos igual la sensación de dulce, porque el "sabor" no
está en la sustancia química que entra en contacto con el quimiorreceptor, sino
que es una fabricación de las neuronas que están del otro lado del axón (o
output) de la neurona receptora.
Y así sucesivamente con los quimiorreceptores del olfato,
mecanorreceptores, termorreceptores, etc.
Entonces, desde un punto de vista evolutivo nuestra percepción
de la realidad no es un reflejo exacto de la misma sino un modelo o
representación lo suficientemente estable y predecible para poder sobrevivir y
dejar descendencia. En ese sentido las alucinaciones son, en parte,
activaciones del sistema interno de representación que ocurren por falsos
input. En vista de que los sistemas nerviosos no están adaptados para descifrar
la realidad objetiva, sino para representar los aspectos de la misma que le sean
suficientes para sobrevivir (de ahí que el nivel cuántico se nos presente como
incoherente e impredecible), la mente no busca directamente la verdad sino la
sensación de tener razón. Ese, en parte, es el motivo por el que las personas
tienden a demorarse en cambiar de opinión incluso cuando han sido expuestas
varias veces a la evidencia que refuta su modelo.
Más sobre este tema aquí. |
Cuando el cerebro no recibe la información en el lugar donde
correspondería, la corteza cerebral aumenta su actividad para llenar las
lagunas (Swaab, 2014). A fin de cuentas el cerebro sólo está haciendo lo que
siempre hace: crear un modelo que se vive como coherente y estable utilizando
una fracción de los estímulos totales.
Para ilustrar mejor lo antedicho tomemos de ejemplo esta pintura que Bernardo Bellotto (1721-1780) hizo de la ciudad de Dresde. La pintura se caracteriza por un profundo nivel de detalle (difícil de apreciar desde una pantalla) que casi transmite la sensación de estar observando una fotografía:
Sin embargo parte de lo que hace a esta pintura memorable es que algunos de esos supuestos detalles no están realmente ahí como el observador los percibe. Si estuviésemos frente a la pintura en su tamaño original y decidiésemos analizar la imagen con detenimiento podríamos notar algo inesperado. En el puente sobre el río se aprecian varias personas, excepto por el hecho de que al mirarlas más de cerca notaremos que no hay personas sino manchas. Una mera insinuación que la mente asume y completa:
El autoengaño es tan antiguo como lo es el cerebro humano. Algunas expresiones históricas de este fenómeno pueden
encontrarse en las siguientes citas:
"¿Y por qué miras
la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en
tu propio ojo?" (Mateo 7:3).
“Por encima de todo,
no te mientas a ti mismo. El hombre que se miente a sí mismo y escucha su
propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir entre la verdad
dentro de él, o alrededor de él, y así pierde todo el respeto para sí y para
otros" (Fiódor Dostoyevski).
“Mi psique transforma
y falsifica la realidad en proporciones tales que es preciso recurrir a
expedientes a fin de constatar lo que las cosas son fuera de mí; por ejemplo,
que un sonido es una vibración del aire de una cierta frecuencia y que un color
es una de las longitudes de onda de la luz". (Carl Jung).
"Aunque podamos ver los siete defectos del otro, no vemos nuestros propios diez defectos". (Proverbio japonés)
El trabajo de Sigmund Freud estuvo precisamente cimentado en
la idea de que la mente inconsciente debe tener alguna estructura cognitiva y
emocional y elaboró una serie metáforas para describir sus patrones y
tendencias. Pese a que varias de las metáforas y explicaciones propuestas por
Freud han ido quedando en desuso, su iniciativa de explorar lo inconsciente fue
continuada por diversos autores a lo largo del siglo XX y complementada con los
avances de la neurociencia. Hoy sabemos que al menos dos sistemas en el cerebro
descritos como "procesos duales" (Harris, 2014) son responsables de
la cognición, la emoción y el comportamiento. Uno es evolutivamente más antiguo,
inconsciente y automático, mientras que el otro evolucionó más recientemente y
es a la vez consciente y deliberativo.
Es por ello que el "sentido común" o la intuición
no son suficientes si queremos dedicarnos a la encrucijada de describir,
explicar, predecir y controlar la realidad tangible. Hasta la fecha la
herramienta más precisa que la humanidad ha inventado para dichas metas es la ciencia. Ésta no es una institución ni un
listado de verdades absolutas. Es un verbo. Es algo que haces. Una manera de pensar. Es aceptar la
incomodidad de la incertidumbre y, a partir del escepticismo, priorizar la
evidencia sobre las emociones para sobreponernos a nuestra tendencia a
confabular y fabricar información que nos proporcione estabilidad. De ahí que
se diga que la ciencia es contraintuitiva.
Las incógnitas son fuentes de ansiedad, porque nos hacen
sentir vulnerables a eventos sobre los que no tenemos el control que
quisiéramos. Reemplazar las incógnitas con pensamientos deseados alivia esa ansiedad,
pero ignorar los patrones de la realidad es una receta para la frustración. Harris
lo ejemplifica expresando que “cualquiera que crea que dos más dos da cinco no
encontrará fin a sus problemas, porque el mundo se le opondrá en todo momento,
empezando por sus propios dedos”. Resulta útil, por tanto, considerar que
independientemente de lo que tú quieres que sea cierto para que te sientas
bien, la realidad sucede.
Una reflexión consecuente es que el ser humano no es un
"animal racional" como la cultura popular sostiene, sino un animal
emocional que tiene la capacidad de aprender a usar la razón en tanto la
estimule, practique y refuerce. Bertrand Russell (1977) hizo una observación similar al
opinar que "el hombre que no tiene ningún barniz de filosofía va por la
vida prisionero de los prejuicios que se derivan del sentido común y de las
creencias habituales en su tiempo y en su país".
"Y te va a pasar a ti". |
Temas complementarios (para que te entretengas en Google):
- Distorsiones cognitivas de Aaron Beck.
- Sesgo de confirmación.
- Heurísticos o atajos mentales.
- Caja de Libet.
- Mecanismos de defensa según Nancy McWilliams.
- Distorsiones cognitivas de Aaron Beck.
- Sesgo de confirmación.
- Heurísticos o atajos mentales.
- Caja de Libet.
- Mecanismos de defensa según Nancy McWilliams.
Referencias:
Crump, D.
(1965). Japanese Proverbs and Sayings.
Oklahoma: University of Oklahoma Press.
Dostoyevsky,
F. [1880](1993). Kramazov brothers.
London: Penguin Books Ltd.
Harris, S.
(2014). Waking up: A guide to
spirituality without religion. New York: Simon & Shuster.
Jung, C. (1969). Los
complejos y el inconsciente. Madrid: Alianza Editorial, S.A.
Loftus, E.
& Thomas, A. (2002). Creating bizarre
false memories through imagination. Memory & Cognition, 30,
423-431.
Ramachandran,
V. S. (2011). The Tell-tale Brain: A
Neuroscientist's Quest for What Makes Us Human. New York: W. W.
Norton.
Russell, B. (1977). Por
qué no soy cristiano. Barcelona: Editorial Hermes de México.
Sperry, R. (1961). Cerebral Organization and Behavior. The American Association for the Advancement of Science. Science (1961). Vol. 133, No. 3466,
1749 – 1757.
Swaab, D. (2014). Somos
nuestro cerebro: Cómo pensamos, sufrimos y amamos. Barcelona: Plataforma
editorial.
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