sábado, 30 de diciembre de 2017

Psicología del autoengaño: una aproximación neurofisiológica

El doctor ingresa a la habitación donde reposa una paciente de 60 años que sufrió un accidente cerebro vascular (ACV) en el hemisferio derecho. No ha caminado en toda la semana.


Doctor: Nora, ¿cómo estás hoy?
Paciente: Bien, señor, excepto por la comida del hospital. Es terrible.
D: Bueno, vamos a revisarte. ¿Puedes caminar?
P: Sí.
D: Nora, ¿puedes usar tus manos? ¿Puedes moverlas?
P: Sí.
D: ¿Ambas manos?
P: Sí.
D: ¿Puedes mover tu mano izquierda?
P: Sí, por supuesto.
D: Toca mi nariz con tu mano izquierda.

La mano de Nora permanece inmóvil.

D: ¿Estás tocando mi nariz?
P: Sí.
D: ¿Puedes ver tu mano tocando mi nariz?
P: Sí, ya está casi tocando su nariz.

El doctor sujeta el brazo izquierdo inherte de la paciente, lo levanta frente a su rostro y pregunta:

D: ¿De quién es esta mano, Nora?
P: Es la mano de mi madre, doctor.
D: ¿Dónde está tu madre?

La paciente se muestra intrigada y mira a sus alrededores.

P: Se está escondiendo bajo la mesa.
D: Nora, ¿dijiste que podías mover tu mano izquierda?
P: Sí.
D: Enséñame. Toca tu nariz con tu mano izquierda.

La paciente tomó su brazo izquierdo con el derecho y acercó su mano flácida hacia su rostro.

Quizá a estas alturas de tu vida ya te hayas percatado por experiencia propia de que el autoengaño existe, es difícil de detectar y al parecer es inevitable, pero asumiendo que no está mintiendo y realmente cree en lo que está diciendo ¿qué le pasa a Nora y por qué lo está llevando a tales extremos?

La paciente, descrita por el doctor Vilayanur S. Ramachandran (2011), presenta lo que se conoce como anosognosia, cuya etimología se traduce a “desconocimiento de la enfermedad”. Todas las personas clínicamente “normales” se involucran de alguna u otra manera en negaciones y racionalizaciones menores para sobrellevar el estrés de la vida cotidiana. La información que llega a través de los sentidos normalmente se contrasta y combina con recuerdos preexistentes para crear y reforzar un sistema de creencias sobre uno mismo y el mundo.

Dicho sistema de creencias se construye principalmente por circuitos en el hemisferio izquierdo. Si aparece algún fragmento de información anómala que no se ajusta al panorama general del sistema de creencias, el hemisferio izquierdo procederá a atenuar las discrepancias y anomalías para preservar la coherencia de la historia que el individuo haya elaborado sobre sí mismo y la realidad. 


Tal es la tendencia de la mente a la confabulación que a veces incluso fabrica información para preservar su armonía y panorama general. Otra forma de llamar a este proceso es “reducción de la disonancia cognitiva” y su función evolutiva es la de estabilizar el comportamiento e imponer un sentido de coherencia narrativa a la experiencia. Sin embargo, este mecanismo por sí solo no es suficiente. Si las confabulaciones no son restringidas por otro sistema regulatorio presente en circuitos del hemisferio derecho (dañado en el caso de Nora), éstas escalarían a niveles delusivos. Regiones del hemisferio derecho cumplen la función de “abogado del Diablo”, que al dejar de trabajar (por ejemplo por hemiplejia o lesión) permiten que los circuitos confabulatorios en el hemisferio izquierdo entren en un bucle de negaciones y racionalizaciones sin coherencia interna.


Incluso algunos de los pacientes que han sufrido un ACV se imaginan que el hospital es su casa y que ellos mismos han escogido la decoración (Swaab, 2014). Swaab nos describe un caso similar al de Nora en el que cuando se le preguntaba a una paciente si podía mover el brazo izquierdo, contestaba: "Sí, puedo moverlo, pero es mejor que descanse". Y cuando se le pedía que diese unos pasos, confabulaba: "Claro que puedo, pero el médico me ha dicho que es mejor que guarde reposo".

Los experimentos realizados por Roger Sperry (1961) con pacientes con los hemisferios cerebrales desconectados (el cuerpo calloso fue cortado para interrumpir la ruta de corrientes epileptiformes) proporcionaron ejemplos muy claros de cómo es que las personas inventamos razones sobre la marcha para lo que hacemos sin darnos cuenta. Los sujetos podían describir verbalmente las imágenes que durante el experimento les llegaban sólo al hemisferio izquierdo, puesto que la capacidad del lenguaje (casi siempre) también se asocia a esa región.


Pero cuando a través de un texto el hemisferio derecho recibía la orden de que el paciente se levantara y se fuese, éste lo hacía, sin embargo cuando se le preguntaba por qué lo había hecho, él no respondía: "Usted me lo pidió", puesto que esa información no podía llegar al hemisferio izquierdo responsable del habla. De modo que a falta de información, el hemisferio izquierdo hacía lo suyo y confabulaba: "Voy a coger un chocolate".

Al respecto Swaab (2014) explica que este tipo de confabulaciones son una manifestación verbal de un principio general más profundo: “Cuando el cerebro no recibe la información normal, él mismo se la fabrica para llenar esas lagunas. Cuando un cerebro dañado no recibe la información normal, se inventa historias”. La mente llena diariamente las lagunas en nuestra conciencia incluso cuando el cerebro está intacto. Tenemos la experiencia vívida de que las cosas suceden tal como nosotros las recordamos, pero nuestra mente reconstruye una historia a partir de fragmentos de información. 

Loftus y colaboradores (2002) demostraron que es posible crear falsos recuerdos en las personas a partir de estimular el uso de la imaginación. Los participantes fueron citados en diversas oportunidades y se les pidió que realicen una serie de actividades y que imaginen realizar otras relativamente similares. Luego de transcurridos varios días, se le pidió a los sujetos enlistar cuáles fueron las actividades realizadas y descubrieron que estaban adivinando. No podían diferenciar lo realizado de lo imaginado. La memoria humana no se almacena intacta como en una computadora, sino que se reconstruye cada vez que la queremos evocar y la imagen construida varía según el estado de ánimo e información disponible del momento. Ésta no es exacta ni inalterable: a veces la mente combina eventos o los inventa. Para entender por qué ocurre esto, es importante comprender cómo es que el cerebro fabrica nuestras experiencias.


Pese a que el Self sea más una sensación que una realidad tangible y no exista un homúnculo unificado y monolítico (más sobre eso aquí) la mente fabrica la sensación de unidad a partir de combinar - o superponer si se quiere - pequeños detalles individuales que son detectados por distintos receptores y son procesados en áreas cerebrales diferentes antes de intersectar en lo que se experimenta como una sensación per se (o quale). Aunque este análisis puede aplicarse a cualquiera de los sentidos, describamos parte del circuito cerebral encargado del sentido de la vista para ilustrar lo mencionado:

Cuando los ojos reciben un input, la señal se bifurca inicialmente en dos rutas: la primera, evolutivamente más antigua, va directamente al tronco encefálico y pasa al lóbulo parietal superior, en donde se construye una representación del ambiente en términos de obstáculos y detección de movimiento y la segunda, más reciente, pasa por el quiasma óptico y el tálamo para llegar al lóbulo occipital, donde la corteza visual genera la imagen percibida. Desde ahí la señal se ramifica hacia el lóbulo parietal superior para integrar la imagen percibida con la imagen corporal (y tener así una noción tridimensional de dónde nos encontramos en relación a los otros objetos) y hacia el giro fusiforme donde se reconoce qué objeto o rostro se está observando y pasa a la amígdala que le asignará valor emocional al estímulo. Lesiones en distintas partes de este circuito desembocan en distintas alteraciones en la conciencia.


Por ejemplo, si el giro fusiforme se desconecta de la amígdala, la persona puede reconocer racionalmente un rostro, pero al no poder atribuirle significado emocional tendrá la delusión de que su interlocutor es un impostor y al no poder explicarlo, confabulará cualquier razón por la que “lo sabe” (ver delusión de Capgras). Si, por el contrario, la conexión entre el giro fusiforme y la amígdala está reforzada en exceso (por ejemplo por descargas epilépticas), la persona tendrá la certeza irrefutable de que diferentes individuos son de hecho la misma persona disfrazada (ver Síndrome de Fregoli). Si la ruta evolutivamente más reciente está bloqueada y el input sólo ingresa por la más antigua, la persona estará ciega, pero como partes del cerebro aún están recibiendo input visual (los ojos están intactos) éste no se adaptará a una ceguera sino a una falta de datos, por lo que se inventará detalles sobre lo que supuestamente está viendo. Incluso si se le señala a la persona que lo que describe no corresponde con lo que hay en el ambiente, continuará con la elaboración y dirá algo como “es que no tengo mis anteojos” (ver Síndrome de Anton Babinski).

En otras palabras: la sensación percibida es una construcción del cerebro a partir de estímulos físicos de entrada provenientes de receptores especializados repartidos en todo el cuerpo. Cada receptor es una neurona con la propiedad de emitir una descarga eléctrica al ser estimulada por el fenómeno físico al que esté adaptada.

Fotorreceptores: neuronas que se activan al entrar en contacto con la luz.

Siguiendo con el ejemplo de la vista, los conos y bastones son fotorreceptores que se activan con ciertas longitudes de onda de luz y que se manifiestan en la experiencia de primera persona como colores. Cada color percibido es la representación que el cerebro tiene para una determinada longitud de onda. Existen, además, longitudes de onda mayores a 700 nanómetros (Nm) y menores a 400 Nm para las que no tenemos receptores (y por ende tampoco representación experiencial) a las que hemos llamado luz infrarroja y ultravioleta.


Asimismo, en todos los órganos del cuerpo salvo el cerebro, tenemos receptores llamados nociceptores que se activan cuando perciben alguna forma de aceleración entrópica en los tejidos y se presenta en la experiencia de primera persona como dolor.

Por poner otro ejemplo, cada papila gustativa contiene distintas neuronas especializadas en activarse al entrar en contacto con moléculas compatibles con sus receptores de membrana. Del mismo modo en que los colores son representaciones de distintas longitudes de ondas, el cerebro tiene cinco representaciones experienciales para los estímulos químicos que llamamos dulce, ácido, salado, umami y amargo. Si, por ejemplo, modificásemos un quimiorreceptor especializado en el dulce para activarse al entrar en contacto con sal, tendríamos igual la sensación de dulce, porque el "sabor" no está en la sustancia química que entra en contacto con el quimiorreceptor, sino que es una fabricación de las neuronas que están del otro lado del axón (o output) de la neurona receptora.


Y así sucesivamente con los quimiorreceptores del olfato, mecanorreceptores, termorreceptores, etc.

Entonces, desde un punto de vista evolutivo nuestra percepción de la realidad no es un reflejo exacto de la misma sino un modelo o representación lo suficientemente estable y predecible para poder sobrevivir y dejar descendencia. En ese sentido las alucinaciones son, en parte, activaciones del sistema interno de representación que ocurren por falsos input. En vista de que los sistemas nerviosos no están adaptados para descifrar la realidad objetiva, sino para representar los aspectos de la misma que le sean suficientes para sobrevivir (de ahí que el nivel cuántico se nos presente como incoherente e impredecible), la mente no busca directamente la verdad sino la sensación de tener razón. Ese, en parte, es el motivo por el que las personas tienden a demorarse en cambiar de opinión incluso cuando han sido expuestas varias veces a la evidencia que refuta su modelo.

Más sobre este tema aquí.

Cuando el cerebro no recibe la información en el lugar donde correspondería, la corteza cerebral aumenta su actividad para llenar las lagunas (Swaab, 2014). A fin de cuentas el cerebro sólo está haciendo lo que siempre hace: crear un modelo que se vive como coherente y estable utilizando una fracción de los estímulos totales.

Para ilustrar mejor lo antedicho tomemos de ejemplo esta pintura que Bernardo Bellotto (1721-1780) hizo de la ciudad de Dresde. La pintura se caracteriza por un profundo nivel de detalle (difícil de apreciar desde una pantalla) que casi transmite la sensación de estar observando una fotografía:


Sin embargo parte de lo que hace a esta pintura memorable es que algunos de esos supuestos detalles no están realmente ahí como el observador los percibe. Si estuviésemos frente a la pintura en su tamaño original y decidiésemos analizar la imagen con detenimiento podríamos notar algo inesperado. En el puente sobre el río se aprecian varias personas, excepto por el hecho de que al mirarlas más de cerca notaremos que no hay personas sino manchas. Una mera insinuación que la mente asume y completa:


El autoengaño es tan antiguo como lo es el cerebro humano. Algunas expresiones históricas de este fenómeno pueden encontrarse en las siguientes citas:

"¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?"  (Mateo 7:3).

“Por encima de todo, no te mientas a ti mismo. El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir entre la verdad dentro de él, o alrededor de él, y así pierde todo el respeto para sí y para otros" (Fiódor Dostoyevski).

“Mi psique transforma y falsifica la realidad en proporciones tales que es preciso recurrir a expedientes a fin de constatar lo que las cosas son fuera de mí; por ejemplo, que un sonido es una vibración del aire de una cierta frecuencia y que un color es una de las longitudes de onda de la luz". (Carl Jung).

"Aunque podamos ver los siete defectos del otro, no vemos nuestros propios diez defectos". (Proverbio japonés)


El trabajo de Sigmund Freud estuvo precisamente cimentado en la idea de que la mente inconsciente debe tener alguna estructura cognitiva y emocional y elaboró una serie metáforas para describir sus patrones y tendencias. Pese a que varias de las metáforas y explicaciones propuestas por Freud han ido quedando en desuso, su iniciativa de explorar lo inconsciente fue continuada por diversos autores a lo largo del siglo XX y complementada con los avances de la neurociencia. Hoy sabemos que al menos dos sistemas en el cerebro descritos como "procesos duales" (Harris, 2014) son responsables de la cognición, la emoción y el comportamiento. Uno es evolutivamente más antiguo, inconsciente y automático, mientras que el otro evolucionó más recientemente y es a la vez consciente y deliberativo.


Es por ello que el "sentido común" o la intuición no son suficientes si queremos dedicarnos a la encrucijada de describir, explicar, predecir y controlar la realidad tangible. Hasta la fecha la herramienta más precisa que la humanidad ha inventado para dichas metas es la ciencia. Ésta no es una institución ni un listado de verdades absolutas. Es un verbo. Es algo que haces. Una manera de pensar. Es aceptar la incomodidad de la incertidumbre y, a partir del escepticismo, priorizar la evidencia sobre las emociones para sobreponernos a nuestra tendencia a confabular y fabricar información que nos proporcione estabilidad. De ahí que se diga que la ciencia es contraintuitiva.


Las incógnitas son fuentes de ansiedad, porque nos hacen sentir vulnerables a eventos sobre los que no tenemos el control que quisiéramos. Reemplazar las incógnitas con pensamientos deseados alivia esa ansiedad, pero ignorar los patrones de la realidad es una receta para la frustración. Harris lo ejemplifica expresando que “cualquiera que crea que dos más dos da cinco no encontrará fin a sus problemas, porque el mundo se le opondrá en todo momento, empezando por sus propios dedos”. Resulta útil, por tanto, considerar que independientemente de lo que tú quieres que sea cierto para que te sientas bien, la realidad sucede.

Una reflexión consecuente es que el ser humano no es un "animal racional" como la cultura popular sostiene, sino un animal emocional que tiene la capacidad de aprender a usar la razón en tanto la estimule, practique y refuerce. Bertrand Russell (1977) hizo una observación similar al opinar que "el hombre que no tiene ningún barniz de filosofía va por la vida prisionero de los prejuicios que se derivan del sentido común y de las creencias habituales en su tiempo y en su país".

"Y te va a pasar a ti".



Temas complementarios (para que te entretengas en Google):

- Distorsiones cognitivas de Aaron Beck.
- Sesgo de confirmación.
- Heurísticos o atajos mentales.
- Caja de Libet.
- Mecanismos de defensa según Nancy McWilliams.

Referencias:

Crump, D. (1965). Japanese Proverbs and Sayings. Oklahoma: University of Oklahoma Press.

Dostoyevsky, F. [1880](1993). Kramazov brothers. London: Penguin Books Ltd.

Harris, S. (2014). Waking up: A guide to spirituality without religion. New York: Simon & Shuster.

Jung, C. (1969). Los complejos y el inconsciente. Madrid: Alianza Editorial, S.A.

Loftus, E. & Thomas, A. (2002). Creating bizarre false memories through imagination. Memory & Cognition, 30, 423-431.

Ramachandran, V. S. (2011). The Tell-tale Brain: A Neuroscientist's Quest for What Makes Us Human. New York: W. W. Norton.

Russell, B. (1977). Por qué no soy cristiano. Barcelona: Editorial Hermes de México.

Sperry, R. (1961). Cerebral Organization and Behavior. The American Association for the Advancement of Science. Science (1961). Vol. 133, No. 3466,
1749 – 1757. 

Swaab, D. (2014). Somos nuestro cerebro: Cómo pensamos, sufrimos y amamos. Barcelona: Plataforma editorial.