jueves, 13 de agosto de 2015

¿Qué es la Sombra, por qué es un problema y cómo se resuelve?

La Sombra es un término metafórico que se usa, con frecuencia, en el psicoanálisis junguiano para referirse a pensamientos y emociones normales que negamos tener porque no son compatibles con cómo nos gustaría ser ante nosotros y la sociedad.

Generalmente, en la cultura occidental, aquellos pensamientos y emociones reprimidos o negados suelen ser los desdeñados por la tradición cristiana: deseos sexuales, envidia, rencor, egoísmo, codicia, miedo, celos, odio, etc. pero también lo pueden ser, por ejemplo, sentimientos como la alegría y la compasión si es que provienen de una persona que considera que aquello es un defecto que no debe tener y se niega sentir.


Decimos, entonces, que tenemos un “problema con nuestra Sombra” cuando no nos conocemos o aceptamos a nosotros mismos como realmente somos y, en su lugar, tratamos de forzar ser algo que no somos para poder agradarnos a nosotros y a los demás. Es decir: el no quererse a uno como es y autoengañarse para tolerar la dolorosa experiencia de ser uno mismo.


Tener una Sombra o características que uno preferiría no tener no es el problema en sí mismo. El problema con la Sombra radica en dos formas inadecuadas de lidiar con ella: su represión y su liberación. Dicho problema puede manifestarse de las siguientes maneras:

Por un lado cuando se reprime la Sombra, puede llegar a frenarse la manifestación de la auténtica forma de ser y de sentir del individuo, pueden generarse vivencias de estancamiento, depresión y falta de sentido de la existencia porque se vive acorde a las expectativas de otros. A su vez, el individuo podría experimentar angustia por sentirse aislado y restringido por sí mismo y, consecuentemente, incomprendido porque nunca nadie llega a conocerlo como realmente es.

La persona puede, además, tornarse intolerante y juzgar a los demás al encontrar en ellos algunas de esas características personales con las que lucha y a las que se obliga a manifestar rechazo.


Puede llevar, a su vez, a actuar sin conciencia de los verdaderos motivos, generándole frustración y confusión por no entender lo que le ocurre, a veces recurriendo a justificaciones improvisadas después de haber cometido algún acto para el que originalmente no tenía una explicación (o como coloquialmente podría decirse: pone excusas después de meter la pata).

Algunos autores como Steindl-Rast o Sanford coinciden en que este es un problema frecuente en el cristianismo, particularmente porque plantea una separación irreconciliable entre bien y mal, en la que el primero debe forzosamente siempre ser actuado y el segundo no debe jamás existir ni siquiera en el pensamiento. Conceptos como “ideas pecaminosas”, “pensamientos impuros” o “mente sucia” resaltan rápidamente al analizar el problema de la Sombra en el cristianismo.


Por otro lado, cuando un individuo libera a la Sombra, puede dañar a los demás o a sí mismo bajo el argumento de estar harto y desear reclamar lo que se merece sin importarle lo que piensen otros. Puede tener actos hedonistas e impulsivos sin pensar en sus consecuencias a largo plazo.


Descartando casos extremos en los que la persona termina muerta o en la cárcel, a veces puede ocurrir que las consecuencias (que inevitablemente tenderán a llegar) puedan generarle culpa y hacerla retroceder a la represión y empezar nuevamente el círculo.

La alternativa saludable a largo plazo (pero inevitablemente dolorosa a corto plazo) en contraposición a la represión y liberación, es lo que suele llamarse la "integración".


Dicho concepto se refiere al reconocimiento de lo que hemos reprimido, cómo realizamos esas represiones, cómo racionalizamos y nos engañamos, qué clase de metas inmediatas tenemos disfrazadas de otras de apariencia más altruista o socialmente aceptable y qué hemos dañado o incluso destruido en nombre de esas metas. Un ejemplo una meta inmediata siendo encubierta por otra de apariencia más solemne podría ser el querer sentirse amado y valioso, disfrazado de aspirar ser el mejor profesional de la historia, anhelar la fama, intentar siempre resaltar en todo, etc.

La integración empieza con el autoconocimiento y la comprensión realista del mundo, puesto que ambos nos ayudan a entender que no podemos dejar de ser humanos aunque quisiéramos y no tenemos otra alternativa que aceptar lo que somos en las condiciones que nos son dadas. La aceptación y el respeto por el propio dolor que no podemos sencillamente apagar y con el que simplemente hay que aprender a convivir, no implican el abandono y el no cambiar, sino al contrario, permiten realizar cambios más realistas en nuestras actitudes y comportamientos al plantearse objetivos humanamente alcanzables. Cuando esto ocurre y nos damos cuenta de que empezamos a obtener resultados deseados, tiende a aumentar la confianza en nuestras capacidades reales y la aceptación de las limitaciones.


Al aceptar y adquirir control sobre los aspectos que antes considerábamos inaceptables o imperdonables en nosotros, obtenemos nuevas habilidades que integramos a las que ya teníamos y las potenciamos, las canalizamos y usamos a nuestro favor. Por ejemplo aceptando las emociones como una tendencia a la acción sin discriminar entre “buenas” o “malas”, podemos permitirnos estar enojados sin desear castigar a alguien o sentirnos inmorales y en su lugar usar las ideas desagradables para plasmar un dibujo o aprovechar la adrenalina para hacer ejercicio.

Otro ejemplo, directamente obtenido de la práctica clínica, es el de una paciente de 18 años que, inicialmente manifestaba odiar a una compañera de clases de la universidad sin saber la razón. Este odio la motivaba a tratarla mal, burlarse de ella y sabotear sus trabajos. Inicialmente, la paciente optaba por percibirse a sí misma como inmune a sentir o pensar cualquier cosa que considerase incorrecto. No fue, sin embargo, hasta que aceptó que sentía envidia hacia su compañera (por considerarla más bonita y aplicada que ella) que pudo adquirir un mejor control sobre sus acciones. Antes de aceptar la verdadera razón de su fastidio, racionalizaba la situación e inventaba razones sobre la marcha para justificar sus reacciones como “me miró mal”, “movió la silla de mi sitio”, “nunca ordena bien sus cuadernos”, etc. La envidia permaneció, pero cuando se le preguntó si consideraba, racionalmente, si esa era una razón válida para tratarla mal, ella respondió que no. Entonces, pese a que sus razones para sentir rechazo hacia ella aún permanecían intactas, el haberse hecho consciente de ellas le permitió modular más eficazmente su comportamiento y hacerle caso a su razón.


Desde luego que, inicialmente, al aceptar su envidia, sintió vergüenza y culpa, porque su autoimagen de persona “madura” y “justa” se vio amenazada por otra de “envidiosa” e “inmadura”. No obstante, solo a partir de haber aceptado la situación es que pudo trabajarse sobre las variables que, en teoría, realmente causaban el malestar.

Para llegar a la integración de la Sombra, una medida sumamente deseable es tener relaciones interpersonales en las que el otro nos acepte incondicionalmente como somos, nos muestre una comprensión genuina de lo que sentimos y sea auténtico de mostrarse como realmente es, con defectos y virtudes. Ello, de a pocos, tiende a hacernos perder el miedo a mostrarnos como somos y experimentar el alivio de ser nosotros mismos sin culpa o vergüenza.


Sin que esto represente una ley necesaria, una vez que aceptamos lo que somos, nos tendemos a tornar más tolerantes. Seguimos viendo nuestros “defectos” en el otro, pero ahora los entendemos, nos identificamos y los vemos humanos como a nosotros.

La integración de la Sombra implica verse a uno mismo como realmente es y no como le gustaría ser. Implica confrontar tu propio deseo de no enterarte de tus “defectos” y superarlo. De ahí que la integración de la Sombra se vea como una lucha contra uno mismo, ya que es uno mismo quien se restringe de dar el paso necesario para el cambio por ser muy doloroso al corto plazo.


Aquellas citas que, probablemente, con frecuencia escuchamos como “tú eres tu verdadero enemigo” o “deberás confrontarte contigo mismo” suelen ser expresiones populares de lo que implica la integración. Cabe agregar como dato anecdótico que el concepto de la confrontación con uno mismo ha sido muchas veces retratado en la cultura popular. Por enlistar algunos ejemplos relativamente recientes:

En la película Star Wars: The empire Strikes back, Luke Skywalker desciende a la caverna en Dagobah donde lucha con Darth Vader, pero al vencerlo descubre que bajo la máscara estaba él mismo.  



El jefe final en la adaptación cinematográfica del comic Scott Pilgrim vs the World es precisamente una réplica malvada del protagonista. La lucha acaba con ambos amistándose.


El último enemigo a vencer en el videojuego Zelda II: The adventure of Link es una versión sombría del protagonista.


El enemigo final en la serie de televisión en los años 90 del Hombre Araña, era un Peter Parker "malvado" (se sugiere que lleva el simbionte de Carnage) de una dimensión alterna que nunca pudo lidiar con madurez el dolor de perder a su tío Ben. El conflicto termina cuando el Peter Parker “malvado” lucha contra el monstruo que lo posee y se redime.


El Greymon de Tai, en el anime Digimon, lucha contra otro Greymon bajo la presión y agresiones de Tai. La pelea concluye cuando el Greymon de Tai se transforma en Skullgreymon, una versión maligna de su línea evolutiva.


En el anime Los Caballeros del Zodiaco, los cuatro Caballeros de Bronce que protagonizan la historia luchan en la Isla de la Muerte contra los Caballeros Negros, que son versiones de ellos mismos pero con armaduras negras.


Lejos de ser una mera coincidencia, estos relatos, aunque ambientados en mundos imaginarios, cuentan nuestra propia historia al retratar la faceta universal de la lucha interior e individual que todo sujeto necesita llevar a cabo para alcanzar su crecimiento personal. Aquello que Joseph Campbell llamó “El viaje del héroe”, no es más que la historia de nuestras vidas camuflada entre espadas, naves espaciales, dragones o lo que se nos ocurra. La resolución al problema de la Sombra es lo que Carl Rogers entendió como llegar a ser libres de nuestras propias opresiones al decir: “Ser libre no implica que se desate a un monstruo descontrolado, sino que al reconocer esos sentimientos como parte de uno mismo, se equilibrarán y demostrarán de forma controlada”.




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Referencias:

Abrams, J., Zweig, C. (1991).Meeting the Shadow: The Hidden Power of the Dark Side of Human Nature. G.P. Putnam's Sons: New York.

Diamond, S. (1996). Anger, madness, and the daimonic: The psychological genesis of violence, evil, and creativity. SUNY Press: New York.

Jung, C. (1995). El hombre y sus símbolos. Paidos: Buenos Aires.

Retamales, R. (2007). El encuentro con la propia Sombra y la autoestima. Recuperado el 23/02/2015 en http://www.sepanalitica.es/articulos/SombrayautoestimaWebSepa.pdf

Rogers, C. (1961). On becoming a person. Houghton Mifelin Company: Boston.

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