Empecemos
poniéndonos en los zapatos de los trabajadores del canal de televisión. No se
confundan: no están para educar. Su objetivo es llevar el caviar y el lomo fino
a la mesa. Tienen, para ello, un modus
operandi muy claro: Crear un estímulo que logre concentrar la atención de
grupos masivos de personas y removerlas emocionalmente para volverlas más
sugestionables. Una vez que desarrollan el método que más gente capture, le
alquilan unos segundos de dicho estímulo a empresas que deseen publicitar
productos o ideas. Resulta evidente, entonces, que mientras más grande sea el
grupo de personas que capturen con su estímulo o carnada, más caro podrán
cobrarle a las empresas (o auspiciadores) interesadas en hacer publicidad.
Aquí, ya queda descartada la idea de que los clientes de los canales de
televisión son los espectadores. Los clientes son las empresas auspiciadoras y
el producto es la atención del público en estado sugestionabilidad. Lo que
estos clientes quieren es un público grande y manipulable. La pregunta del
millón es ¿cómo podemos maximizar eso? La respuesta, como generalmente suele
serlo, es: ¡CIENCIA!
Ciencias
sociales, para ser preciso.
“¡Las ciencias sociales no son ciencias
de verdad!”
Jódete. Yo tengo
amigos.
Sucede que hay
demasiado dinero en juego para arriesgarse lanzando dardos al aire, así que la
creatividad no es rentable. Aquí es donde hay que hacer la tarea.
¿Qué debemos
hacer para crear algo que un enorme grupo de personas quiera dedicarse
religiosamente a ver? ¿Qué nos dice el marco teórico? Resumamos.
Según Lindstrom
(2011), si bien la belleza es un atributo que llama la atención, las personas
se sienten más atraídas hacia gente famosa que hacia gente bella. Una celebridad
es un símbolo o ícono que posee y representa una variedad de atributos
deseables a los que muchos de nosotros aspiramos. La belleza, el encanto, el
atractivo sexual, el descaro de burlarse de las reglas en narices de todos,
riqueza, poder, etc. Cada celebridad engloba y representa algunos de esos
atributos.
Ajá. Las
personas que aparezcan en el programa tienen que ser famosas. “¡Entonces,
consigamos gente famosa!” dice un iluso sin el menor respeto por la billetera
de los inversionistas. Entonces, los encorbatados de contabilidad protestan: “Contratar
gente famosa es caro. Búsquense una solución más barata o les robaremos su
energía vital con nuestros amuletos de la maldad”. ¡Ah! Esos estúpidos hombres
de negocios que todo lo ven plataplataplata. Entonces, cuando todo parece estar
perdido, alguien tiene una brillante idea: ¿Y si reclutamos a Don Nadies que
cobren barato y, LUEGO, los volvemos famosos? ¡KABUM!
Cuando nos
venden un producto auspiciado por una celebridad, tácitamente nos venden su esencia en una botella. Un elixir que nos transferirá algunos de sus atributos. En palabras de Lindstrom (íbid.): "Imitamos a quienes admiramos de ciertas
formas, con la esperanza de que algo de lo que ellos han hecho nos lleven a
nosotros a obtener algo suyo". Muy bien. Ya sabemos que vamos a conseguir gente
parcial o totalmente desconocida que, luego, haremos famosos. ¿Quiénes deberían
ser estas personas? ¿Cómo deben verse? ¿Cómo deben hablar? Regresemos al marco
teórico.
González Moreyra
(Reátegui, comunicación personal 2014) encontró en sus investigaciones en
peruanos jóvenes de distintos sectores socioculturales que, de manera casi
generalizada, existe mayor atracción y preferencia por la gente blanca y de
fenotipo europeo. Ajá. Conseguir gente blanca. Excelente. Pero
¿cómo los haremos famosos? Marco teórico.
Investigaciones
sobre las raíces evolutivas del chisme (Lindstrom, 2011) muestran que cada vez
que alguien nos dice algo percibido como bueno y nosotros lo transmitimos a
otro, nuestro cerebro nos recompensa con una dosis de dopamina. Evolutivamente
el chisme es la forma de protegernos de ser dañados viviendo en comunidad.
Necesitamos información sobre quién es quién, que hace cada uno, que tiene para
ofrecernos, que quiere de nosotros, etc.
De ahí la precisión de Gargurevich
(2002) al señalar el alto impacto que tiene la prensa dedicada a informar sobre
la vida privada de celebridades y personas del negocio del espectáculo.
Muy
bien. Entonces ya tenemos resuelta la primera parte de la creación del producto
perfecto. Conseguir gente blanca y volverla famosa haciendo pública su vida privada
e íntima hasta la saturación. Queda aún algo por resolver: Una vez que tengamos
a nuestros personajes: ¿qué contenido deben ofrecer al público? Regresemos al
marco teórico.
Gargurevich
(2002) nos explica que los contenidos a los que mejor responden las masas en el
Perú son violencia y erotismo. Todo resuelto. Creemos un programa de personas blancas y sexys que aparecan en escándalos de la prensa y hagámoslas pelear
constantemente entre ellas sometiéndolas a situaciones de presión social, de
provocación deliberada, de burla y de injusticia.
¡Hagámoslas reaccionar! ¡Que
se enojen! ¡Que lloren! ¡Que se acuesten entre ellas y mejor si se embarazan! Hagamos
que los hombres sean fornidos y muestren los músculos y que las mujeres sean
material de modelaje y usen un calzón apretado. Sometámoslos a actividades en
los que constantemente se abran de piernas, se agachen, se volteen y forcejeen sudorosos.
Tomemos nuestros ingredientes, arrojémoslos al inodoro y agreguemos un poco de
sustancia XXX: ¡Publica videos porno de ellos! ¡Que hagan videoclips eróticos
para revistas! Que tus amigos de la prensa lo comenten para asegurarse de que
todos se enteren. Dios, ya me quiero masturbar de solo pensarlo.
Ahora jala la cadena y ¡BUM! Dinero para el canal y excremento para el país. Una fórmula relativamente fácil de empezar y mantener.
Entonces, ¿es “Esto
es Guerra” lo peor que puede haberse creado en la televisión peruana? No lo creo.
Desde el punto de vista del marketing es una obra maestra que ha logrado
perfectamente su cometido: hacer dinero. Por otro lado, desde el punto de vista
cultural, discutiblemente, no lo encuentro socialmente más denigrante
que el programa de Laura Bozzo (nuestra herencia a la televisión mexicana).
Quizá
lo que más indigna a cierto grupo de personas no es la existencia de este u
otros programas pornográficos con fachada de concursos familiares, sino la
enorme respuesta de aclamación que causa en las masas. La prensa y la
televisión son la sociedad contándose a sí misma. Finalmente es, gracias a la
existencia de tales fenómenos, que a la fuerza, se nos pone como cultura frente al espejo y, al
parecer, no nos gusta para nada lo que vemos.
Y no me hagan empezar a hablar de "Combate". |
Temas relacionados:
Puedes leer mi análisis filosófico de El Bananero aquí.
Puedes leer mi análisis filosófico de la banda de Hard Rock argentina Rata Blanca aquí.
Puedes leer mi análisis psicológico sobre los recursos humorísticos del actor y comediante peruano Carlos Alcántara aquí.
Referencias:
Puedes leer mi análisis filosófico de El Bananero aquí.
Puedes leer mi análisis filosófico de la banda de Hard Rock argentina Rata Blanca aquí.
Puedes leer mi análisis psicológico sobre los recursos humorísticos del actor y comediante peruano Carlos Alcántara aquí.
Referencias:
Gargurevich, J. (2002). La prensa sensacionalista en el Perú. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú
Lindstrom, M. (2011). Brandwashed: El lavado de cerebro de las marcas. Bogotá: Grupo Editorial Norma.
No me da el tiempo de leer tu post en este momento, pero apenas llegue de la u lo haré. Me parece que voy a leer muchos de tus post en esta semana. Te agradezco por escribir sobre distintos temas :)
ResponderBorrarGracias Migue. ¡Saludos!
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