Voy a empezar con una confesión: Cuando veo, en la
televisión, que un ladrón es capturado y humillado públicamente, tengo
flashbacks de las veces en las que fui asaltado. Los rostros de mis agresores,
los cuales recuerdo vagamente, reemplazan imaginariamente a los de los ladrones
siendo ajusticiados y un sentimiento culposo de placer me invade. Me imagino
castigando, con mis propios puños, a quienes me pusieron un desarmador en la
garganta y me hicieron sentir vulnerable e impotente mientras me tocaban y vaciaban
los bolsillos. Durante días revivía una y otra vez la situación en mi cabeza,
soñaba con eso y trabajaba de mal humor y a la defensiva. Que te roben es mucho
más que perder un celular o una billetera. Es perder parte de tu autoestima y recordar
tu vulnerabilidad en el día a día. Si yo me viese involucrado en una situación
en la que pudiese castigar con toda mi furia a un agresor de aquellos, no sé qué
haría.
Como ser humano, no tengo poderes morales más elevados que
los de los demás y por ello no me siento con la autoridad para juzgar a quienes
hacen lo que, probablemente, yo también haría en su situación. Sin embargo,
como humanista, creo que es importante dar una advertencia: A nivel individual, la
campaña de amedrentar públicamente delincuentes puede resultar muy catártica,
pero a nivel social es un indicador alarmante de anomia que necesita ser
atendido con urgencia. Recalco: urgencia.
El aporte de esta campaña no es el de hacer que se castigue a los delincuentes extrajudicialmente. Eso ha venido pasando en sociedades medio feudales (como la nuestra) desde tiempos bíblicos. Su aporte es llevar a los medios de comunicación y redes sociales la legitimación explícita de estas prácticas con un posible aumento de las mismas como consecuencia. ¿Por qué me opongo a una práctica con la que yo mismo he fantaseado? Porque lo que es bueno para mi catarsis, puede ser muy malo para mi entorno.
El repetido argumento de que luego de que un delincuente es humillado y vejado públicamente, éste
se reformará, me deja insatisfecho. Acepto la posibilidad de que haya
quienes aprendan su lección y busquen otra forma de sobrevivir, pero todo
indica que también habrá muchos que no tengan esa reacción. Puede haber
excepciones, pero normalmente, cuando la actividad de un criminal en serie cesa
súbitamente, suele ser por una de tres razones: ha cometido suicidio, está
delinquiendo en otra ubicación geográfica o ha sido capturado (Douglas, 1995). Es
a ellos y a sus agresores a quienes más temo.
Echarle la culpa a los pobres de su pobreza por tildarlos de
mediocres, inmorales o vagos, es desconocer las causas más profundas de la pobreza
extrema. Si la solución a la pobreza dependiese de los mismos pobres, las ONGs,
los políticos, la ONU y los intelectuales no dedicarían tantos recursos al tema
(Benítez, 2014). La pobreza no es la falta de dinero, sino una forma de
socialización en la que la persona queda incapacitada para adaptarse y
funcionar en la sociedad (Jensen, 2007). Los estudios en psicología social
respaldan la hipótesis de Zimbardo (2007): No es la manzana podrida la que
pudre a las demás, sino el barril contaminado el que pudre su contenido. Al
respecto, Douglas (1995) expresa en sus trabajos sobre perfiles criminales que "la
peligrosidad es situacional. Si uno mantiene a alguien en un ambiente bien
ordenado donde éste no tiene que tomar decisiones, estará bien. Pero ponlo de
vuelta en el ambiente donde delinquió anteriormente y su comportamiento puede
cambiar rápidamente".
El robo no es únicamente un acto de aumentar tu patrimonio
material a costa tomarlo sin consentimiento de su legítimo dueño. El robo puede
ser, también, un acto de agresión contra un “otro” que es percibido como carente
de valor humano. Robar, para muchos, puede ser visto como una expresión de la
lucha por la supervivencia en un mundo que te exige riqueza y te niega el pan. Muchas
personas no roban por ser ontológicamente inmorales, sino como una respuesta a
frustraciones que empiezan en el hogar y ascienden a lo social.
Pongámonos en los zapatos de una persona que (tenga, o no,
razón) está convencida de que no sirve para nada y que si no roba, no come.
Bajo la premisa de que no tiene otra opción más que robar o
vivir de cachuelos que percibe como denigrantes, solo le queda adaptarse cuando
surge una organización popular que se opone a lo que, para él, es su
supervivencia. Deberá conseguir una mejor arma, organizarse en grupos, castigar
a los que lastimen a uno de los suyos, asegurarse una zona donde él y sus
cómplices puedan "ganarse la vida" tranquilos y ahuyentar por el
medio que funcione a otros que quieran hacer uso de ese espacio. La
hostilización de un entorno llama a la organización grupal para protegerse
(Degregori, 2011). En otras palabras: están apareciendo condiciones que
favorecen la creación de pandillas que, de pasar desatendidas, podrían salirse
de control como fue el caso de, por ejemplo, Mara Salvatrucha en El Salvador o
Barrio Azteca en México.
Es posible que la radicalización de algunas personas en
estado de absoluto abandono pueda hacerse más notoria en el momento en que
aceptan que eso que ven en la televisión nunca sería su futuro. Es lógico que aparezca
una combinación de enojo hacia la sociedad por negarle rotundamente lo que
tanto le regala a otros y odio hacia sí mismos por tener que haber sido una
sobra viviente y creer que no puede hacerse nada para cambiarlo. Este, sin
embargo, sigue siendo un análisis incompleto, ya que en aras de la
simplificación ni siquiera estoy tomando en cuenta variables como el abuso de
sustancias, presencia de enfermedad mental en individuos influyentes, tipo de
prensa más consumida en la zona, etc.
Por otro lado, la población enojada y radicalizada también
puede ser un problema. Están creándose las condiciones ideales para que
aparezca un líder carismático y canalice ese odio y deseo de violencia a alguna
forma de organización política (como lo fue Sendero Luminoso en un principio) o
paramilitar (como lo fueron las Autodefensas Unidas de Colombia).
Es complicado predecir lo que va a pasar, pero sí es viable
señalar que, en el presente, se están creando condiciones similares a las que,
en el pasado, han gestado pandillaje y
terrorismo tanto en el Perú como en sociedades latinoamericanas relativamente
similares. La experiencia ya nos ha enseñado que el aumento en la violencia ciudadana
no crea deserción delincuencial, sino una mera adaptación a la nueva “clientela”.
Este artículo, sin embargo, no es un llamado a la población
para que modere o se “moralice”. Sospecho que, ahora que ya empezó la campaña,
ésta no se va a detener por sí sola. Este es un llamado a las autoridades para que tomen las
precauciones mientras la situación aún no escale.
Aumentar el número de efectivos policiales y hacerlos menos
flexibles con los delincuentes no es la solución al problema de la delincuencia,
sino la herramienta que, temporalmente, contendrá al problema mientras,
lentamente, se disuelven las raíces del mismo.
La verdadera lucha contra la delincuencia no la hacen las
armas. La hacen los economistas planificando una redistribución realista y
sostenible de la riqueza, los antropólogos y sociólogos identificando las
necesidades reales de la población (Amat y León, 2006), los psicólogos
previniendo o aliviando los efectos de la violencia (González, 1995), los
maestros en las escuelas empoderando a los jóvenes para ser emprendedores
(Beltrán & Seinfeld, 2012), los padres de familia brindando el afecto y
cuidados (Douglas, 1995) y los empresarios creando espacios y oportunidades de
desarrollo alternativos a la calle (Benítez, 2014).
A los que apoyan la campaña solo les digo: No los culpo, pero tengan cuidado para que el tiro no les salga por la culata y nos queme a todos. La desinformación es más peligrosa para la paz que cualquier grupo terrorista, porque, partiendo de las causas ficticias de un problema, solo te mantendrás ocupado en soluciones ficticias.
A los que apoyan la campaña solo les digo: No los culpo, pero tengan cuidado para que el tiro no les salga por la culata y nos queme a todos.
Referencias:
Amat y León, C. (2006). El Perú nuestro de cada día. Nueve ensayos
para discutir y decidir. Lima: Universidad del Pacífico.
Beltrán, A; Seinfeld, J. (2012) La trampa educativa en el Perú: cuando la educación llega a muchos pero
sirve a pocos. Lima: Universidad del Pacífico.
Benítez, C.(2014). ¿Por
qué existe la pobreza en el Perú? La falta de espacios vitales, el subempleo y
la miseria. Editorial San Marcos: Lima.
Degregori, C. (2011). El
surgimiento de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
Douglas, J., Olshaker, M.(1995). Mindhunter: Inside the FBI's elite serial crime unit. New York: Scribner.
González, R. (1995). El Niño Peruano:
Cuadernos de Psicología III. Lima: Universidad de Lima.
Jensen, E. (2007). The effects of poverty on the brain. The science network. Recuperado el 7 de junio de 2013, en http://thesciencenetwork.org/docs/BrainsRUs/Effetcs%20of%20Poverty_Jensen.pdf
Zimbardo,
P. (2007). The Luciffer Effect:
Understanding how good people turn evil. New York: Random House.
Zimbardo,
P. (2008). The psychology of evil. Recuperado
el 13 de junio, 2014 de https://www.youtube.com/watch?v=OsFEV35tWsg
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