domingo, 27 de diciembre de 2015

¿Por qué, sin ser cristiano, la Navidad se ha vuelto uno de mis días favoritos?

La Navidad es una festividad cuya celebración, últimamente, parece volverse un tema cada vez más controversial. No todos parecen alegrarse: muchas personas insisten en ver la navidad como un día normal y consideran absurdo e innecesario celebrar algo en lo que no creen. Hasta hace relativamente poco, tal era mi caso.


Como persona abiertamente secular que soy, el nacimiento de Cristo no representa motivo alguno de júbilo para mí, por lo que solía sentir la Navidad como carente de significado intrínseco. Era, finalmente, un día más.


Incluso, pensándolo bien, la fecha, en sí, es arbitraria: en el Imperio Romano se escogió que el día 25 de diciembre se celebraría el nacimiento del Mesías según el cristianismo, porque coincidía con los Saturnales (fiesta más importante del Imperio) para que ambas fiestas se celebren en un contexto de solemnidad, total entrega a la festividad y cierre de una etapa. ¿Por qué los Saturnales se celebraban a fines de diciembre? Porque el clima en aquel momento del año favorecía las cosechas y traía, por consiguiente, un periodo de abundancia digna de celebración. Si la Navidad lograba sentirse con la misma alegría que otras fiestas paganas, más paganos estarían abiertos tanto a la festividad como a la deidad a la que ésta estaba dedicada.

¡Hurra! ¡Sexo y vino! Digo... ¡Jesús y familia!
No obstante, del mismo modo en que se le agregó un significado a una época festiva, nadie dice que yo mismo no pueda escoger mi propio objeto de celebración. Algo clave para mí en estas fechas, creo yo, es contagiar a otros de una despreocupación y alegría (o espíritu navideño, como algunos le dicen) que los desvíe temporalmente de sus cargas mundanas. Dado que el significado religioso de la navidad se ha tornado opcional, al punto de que ahora es posible celebrar en un contexto de solemnidad, entrega y cierre, cosas como el consumo, también es posible hacer lo mismo con la amistad y la familia (con o sin niño Jesús).

En mi caso, aprovecho el contexto de solemnidad, entrega y cierre para hacerle a mis amigos un regalo meramente afectivo: desde la mañana hasta la noche, me dedico a recorrer el tráfico de Lima bajo el Sol desértico de un 24 de diciembre (probablemente uno de los días con mayor congestión vehicular y colas en las tiendas), solo para saludarlos personalmente, darles un pequeño obsequio y estar tan solo unos minutos con ellos antes de regresar a mi ruta.


No les aviso que visitaré para que no se anticipen a mi llegada y no se les ocurra preparame un regalo. No deseo obsequios, porque mi regalo es otro: su rostro de sorpresa y su alegría de saber que los tuve presentes. Suena, quizá, cursi, cliché y exagerado, pero es exactamente de esa manera como lo vivo. Aquella sensación de afecto correspondido parece tener efectos en mis niveles de dopamina y oxitocina. De manera automática, me generan una sensación espectacular de bienestar y alegría que, por el fin práctico de permitirme disfrutarla, escojo no tratar de explicar demasiado.


Tiene lógica si aceptamos la siguiente premisa: la felicidad (o estado en el que, temporalmente, uno suprime el deseo por sentir que no falta nada más) está relacionada a cualquiera de estas dos sensaciones: vínculo y empoderamiento.

Planteo un ejercicio simple. Piensa en 3 cosas que, alguna vez, en tu vida adulta te hayan hecho sentir muy feliz. En mi caso yo respondería algo como:

  1. Cuando compré mi guitarra eléctrica Fender Stratocaster americana únicamente con el dinero recolectado de tocar conciertos y vender discos.
  2. Cuando mi amor platónico del colegio me confesó que estaba enamorada de mí después de haberme esforzado en captar su atención.
  3. Las veces que publiqué mis discos y mi libro.

El punto 1 tiene que ver con el empoderamiento: mediante un gran esfuerzo y compromiso logré sentirme capaz de tener algún control sobre mi vida.


El punto 2 es tanto un empoderamiento (causar un futuro difícil pero sumamente deseable) y un vínculo por haberme permitido experimentar la cercanía de alguien a quien yo valoraba.


El punto 3 es, nuevamente un empoderamiento, pero a su vez un generador de vínculos al ser una herramienta que permite dejarme conocer como ser humano por otras personas.


Del mismo modo, mediante un compromiso con una meta muy clara (expresarle mi amistad a un grupo de personas) soporto un viaje difícil para estar unos minutos con ellos y seguir adelante.


Completar el viaje me hace sentir empoderado y expresarles mi amistad me permite sentir un vínculo. Para mí, pensarlo de esta manera vuelve capaz a mi mente de experimentar más beneficios en el acto de dar, que en el recibir. Tengo la sospecha, por ello, de que la generosidad puede hacerte muy feliz, siempre y cuando no la interpretes como un sacrificio o una inversión, sino como abrirle la puerta de tu vida a otros y ver qué pasa.

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